De la sección oficial cabe mencionar en primer lugar los nuevos trabajos de los más conocidos Paul Thomas Anderson (Boggie Nights, Magnolia) y Lukas Moodysson (Juntos, Fuking Amal), que presentan Punch-Drunk Love y Lilya 4-ever respectivamente. Y también otras películas como la coproducción fraco-española "Una casa de locos" de Cedrick Klapsich y la china Seafood del director Zhu Wen (premio al mejor director en Gijón 99), junto con otras producciones seguro que no menos atractivas procedentes de Alemania, Irán, Nueva Zelanda, Italia y Francia que tendremos oportunidad de comentar.

Un apretado programa que consistirá en 9 días del mejor cine, junto con importantes actividades paralelas que constituyen por otro lado parte esencial del festival, como el concierto del grupo islandés Mum, que pondrá música a la proyección de El acorazado Potemkin del cineasta soviético Eisenstein.
 

“Una casa de locos” Cedrick Klapisch (Francia / España, 2002)

Esta comedia multicultural y europeísta, encaja perfectamente dentro de las películas que suelen inaugurar el Festival todos los años, “más comerciales” aún dentro de la independencia. No en vano, esta producción realizada en 4 meses con unos medios mínimos (casi televisivos más que cinematográficos), ha sido todo un éxito en Francia con más de tres millones de espectadores. Ahora llega, después de pasar por Gijón, a salas comerciales de toda España. En todo caso, no deja de ser una historia simpática que se deja ver, armoniosa y amable (aunque por momentos excesivamente ideológica), pero muy alejada de los presupuestos de riesgo y apuesta artística que los miembros del jurado tendrán en cuenta para elegir la ganadora de la sección oficial.

“Waiting for happiness” Abderrahmane Sissako (Francia / Mauritania, 2002)

En la cálida extensión del desierto de Mauritania, entre casas y pueblos de una belleza singular, se sitúa esta delicada historia. Delicada porque casi carece de ella, una historia mínima, que la convierte en una pieza más contemplativa que narrativa. La más inoportuna impaciencia –del espectador poco acostumbrado a estos dominios de ritmo cinematográfico– podría estropearla sin remedio e impedirle apreciar una fotografía extraordinaria, y un acercamiento emocionante y tranquilo a los personajes que la pueblan, a su carácter, y a los vivos colores de sus ropas, de su música, que asombrosamente le dan un gran respeto a la palabra tradición (en esta ocasión de una de las zonas de África más impresionantes: Mauritania, Senegal y Malí). Aparece inevitablemente el tema del rechazo de la misma, del personaje que quiere salir de su pueblo y venir a Europa, y de otros que lo intentan pero dejan su vida sobre la arena de una playa desconocida.

“Toy love” Harry Sinclair (Nueva Zelanda, 2002)

Harry Sinclair, director de Toy love, experimenta otra vez con la naturaleza humana: La pasión, el amor, el odio, los celos, el convencionalismo, el engaño son elementos que se mezclan en esta película con un resultado, a nuestro entender, excelente.

Toy Love hace preguntarse al espectador cómo es su vida y como debería serlo. Ante las pantallas el público deberá elegir entre una complicada dicotomía: amor cansino o pasión desenfrenada... la verdad, difícil elección. Harry Sinclair se decantará por la pasión desenfrenada, signo de libertad frente al carcelero amor. Pero ésta no será una elección nada fácil. Durante toda la película el protagonista, Ben, se decanta por uno o por otro, dependiendo únicamente de su estado de ánimo. Es, en este punto, donde la realidad se plasma de manera más brillante, porque los seres humanos no tenemos las ideas claras, sino que dudamos permanentemente.

Pero Toy Love es ante todo una película de personajes. Sinclair mezcla distintos individuos: un actor, un mecánico, una chica obsesionada por los cereales de chocolate, un marido, un novio. El choque de estas personalidades provocará un estallido de carcajadas en el público asistente a la proyección.

Sin duda, creo que Toy Love es una opción, más que aceptable, para llevarse el premio a mejor película en el Festival de Cine de Gijón.

(Nacho García Rosales)

“The good girl” Miguel Arteta (EE.UU. / Holanda / Alemania, 2002)

Esta película es el gran éxito de taquilla del año, de aquello que acaso pueda llamarse “cine independiente americano” (lo digo así dudando de que tal cosa pueda tener una unidad y coherencia suficiente para considerarlo de tal modo). En efecto, por medios y estética, cabe encuadrarla dentro de este género, pero si se profundiza un poco más, nada queda. Es asombroso y al mismo tiempo enigmático, como una historia en el fondo tan tópica y ridícula puede tomarse en serio a sí misma, lo que produce un constante debate en el espectador sobre que punto de vista debe adoptar. Hay dos posibilidades: una la de asumir el personaje de la protagonista Jennifer Aniston (y resto que la acompaña), no ya por medio de la identificación sino por lo menos dándole cierto espacio como personaje creíble, ahora bien esto sólo será posible si nos dejamos llevar por la más inútil de las complacencias respecto a sus angustias y problemas. La otra posibilidad es pensar que el director, a través de una perspectiva inversa por completo a la aparente, es decir construida a base de pura ironía, lo que quiere mostrarnos (como si de un lúcido espejo se tratara) es la ridiculez moral y existencial de esos personajes, el de la treinteañera que no le encuentra sentido a su monótona vida o el del adolescente incomprendido con ínfulas de escritor. No parece ser este el caso, sino más bien el una producción confusa y mal pensada, en la que no se sabe si el director se ríe de los personajes o se solidariza con ellos.