Primer film de Rodrigo García, aclamado en Sundance (el guión obtuvo el prestigioso NHK International Filmakers Award en 1999) y en Cannes, se estructura en cinco relatos cuya esencia no es el desarrollo de la acción sino el lugar donde se muestra al espectador el reflejo de las almas de las mujeres que los protagonizan, todas ellas habitantes del mismo barrio de Los Ángeles. Ligados entre sí por historias cotidianas, la narración se constituye como un mosaico de la intimidad y el dolor humanos; la resolución en la pantalla de una tarea tan sumamente ardua es brillante; el tratamiento del espacio vital donde todos ellos germinan, excelente. Temas comunes como la soledad, el miedo, la pérdida de la juventud y la belleza física, la enfermedad y la muerte, la soberbia y el auto castigo son descritos fundando un discurso abrumador mediante el uso de elementos intangibles propios de un estado de ensoñación: el oráculo, el destino, las hadas, los signos, los recuerdos y los mitos...

La memoria evoca la grandeza literaria de su progenitor, Gabriel García Márquez, homenajeado en la lectura de "Cien Años de Soledad" por el personaje interpretado por Cameron Díaz. Sin embargo, el mérito de Rodrigo es propio; se consuma como un gran observador de los silencios del magnífico reparto. Lo que uno no conoce de sí mismo se torna evidente en los trazos de una escritura cinematográfica sin estridencias ni abusos de imágenes metafóricas, tan comunes en ciertas filmografías que un día nos sorprendieron desde el otro lado del Atlántico.

Con un montaje final a modo de epílogo vitalista y esperanzador, Cosas que diría con sólo mirarla otorga al espectador un hálito de la humanidad que rezuma bajo la vorágine que significa existir hoy en Occidente.