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FESTIVAL INTERNACIONAL DE CINE
ROTTERDAM 2008

 

INTRODUCCIÓN

Alucinante. No puede ser calificada de otra forma la contundente oferta cinematográfica de este paraíso cinéfilo sito en tierras holandesas. El festival de Rótterdam apabulla no solo por lo ingente de su programación, que también, sino por el estimulante criterio selectivo con el que  está confeccionada. Reconforta plenamente asistir a un evento de una magnitud cuantitativa y cualitativa tan armonizada, heterogénea e inabarcable como ésta. De su vastedad precisamente surge el único inconveniente que puede reprochársele: la dificultad de la elección, el dilema del acertado escogimiento entre tanto candidato subyugante. Intentar organizar un mínimo plan de ataque programativo supone más enfrascarse en un encadenado de dolorosos descartes que iniciar un rastreo a la busca del hallazgo escondido. Pero, en fin, en medio de tanto festival de dudosa pertinencia, en medio de tanta fanfarria pergeñada a la sombra de una malhadada coartada cultural, y de tanto fasto rendido al fulgor liposuccionado y bonito de la estrella de turno caro, quejarse por exceso más bien podría ser considerado bienhechora virtud que menoscabo puntilloso. Avalanchas como las que aquí sobrevienen irrumpen cual irradiación arrulladora, ante retinas inconformistas y acuciosas como las de los miembros de ZINEMA.COM aquí destacados  para ofrecer la cobertura que esta fiesta cinefílica se merece.

ALEXANDRA, de Alenxander Sokurov

Han sabido, por lo tanto, a consuelo compartido parte de las palabras que el maestro Alexander Sokurov ha pronunciado en la breve presentación que ha improvisado antes del pase de ALEXANDRA, su última obra hasta la fecha. El genial creador de EL ARCA RUSA ha manifestado su sorpresa ante la magnitud de la selección programada. El realizador ruso se ha mostrado sensiblemente impresionado por la notable cantidad de asistentes en la sala, pues es sabedor de que propuestas como las que jalonan su ya extensa trayectoria son, por desgracia, únicamente alimento de festivales y estamentos muy alejados de los circuitos comerciales al uso. Corren malos tiempos para la exigencia artística. Y por ello sobrecoge el ostracismo o la mínima atención a la que fatalmente parecen condenadas proezas de beldad tan indescriptible como la que acopia el itinerario sobre el que gravita el vigor mostrativo de este canto poemático llamado ALEXANDRA.

Sokurov nos sorprende por la, en apariencia, supresión de su estilo denso, concentrado, críptico. Su ajuste de cuentas particular con algunos pasajes mayúsculos de la aún reciente historia del siglo XX da paso aquí a la mediación de un personaje ficticio enmarcado en medio de un enfrentamiento bélico aún inconcluso, que le concierne de forma muy directa. El gran cineasta ruso se inmiscuye de pleno en el denominado conflicto chechenio al utilizar a éste como trasfondo escénico, condicionador del recorrido que el personaje central se ve obligado a acometer para lograr su objetivo. El film se centra en las andanzas de una anciana que decide trasladarse a Grozny, capital de Chechenia, para reencontrarse con  un nieto al que no ve desde hace siete años, porque permanece allí destinado con las tropas  instaladas en la zona por el ejército ruso para controlar y reprimir los movimientos insurgentes y violentos de la siempre combativa población chechena. Sokurov deposita en los ojos de esta incombustible mujer el posicionamiento de su propia mirada. El realizador hace un emocionante alarde de humildad y se encomienda al esfuerzo sabio, empecinado y limpio de esta longeva sin desaliento, que, mediante su deambular ajeno a todas las consignas oficiales, cuestionará, desenmascarará y hará patentes los mecanismos absurdos e insensatos  que rigen toda parafernalia belicosa. Sokurov adhiere toda la ambientación dramática de su película a la honestidad inocente, perpleja y veterana que el rostro de la gran Galina Vishnevskaya derrama en ella. La película es la actriz. A ella pliega el realizador el devenir aturdido, cansado, renqueante y transparente de la narración.  ALEXANDRA  desvela un Sokurov distinto, puesto que la naturaleza descubridora y mítica de este personaje inolvidable le exige adaptarse a los cánones de un mínimo clasicismo descriptivo que despliega una sencillez expositiva bastante alejada de la férrea impenetrabilidad tan por él experimentada desde sus inicios. Ahora bien,  en modo alguno, semejante adscripción significante le lleva a renunciar a los postulados que han caracterizado un magnífico manifiesto autoral enunciado en obras tan dispares a ésta como THE SUN, TAUNUS o MADRE E HIJO. La mediación de la anciana le permite captar con agudo comedimiento la brutalidad de la devastación del espacio geográfico: las casas en ruinas, los vehículos desvencijados, las carreteras empedradas y polvorientas colman de quebranto el escenario que descubre el caminar parsimonioso y firme de la protagonista. Lo mismo habría que decir de la descripción tan descarnada, cercana y penetrante que se nos hace de los soldados. Sokurov los estrecha mediante planos muy cortos, en los que sus rostros son mostrados con un naturalismo no forzado,  escrutador, indagador del ser humano antes que del hombre con uniforme. La impronta de Alexandra, personaje, consigue, como ha quedado dicho, desentumecer el rigor exhausto con el que el magnífico director ruso acostumbra a cercar a sus personajes. No hay opresión, sino reconocimiento comparado. ALEXANDRA acaba conmoviendo porque Sokurov, quizás, es el primer conmovido por esa utopía octogenaria que, carrito en mano, radicaliza humanitariamente el verdadero significado de este hermoso filme.

FOUR WOMEN, de Adoor Gopalakrishnan

De esta producción hindú lo primero que cabe decir es que acaba sucumbiendo a la vetusta ingenuidad con la que está concebida. Dividida en cuatro partes autónomas (“La prostituta”, “La virgen”, “El ama de casa” y “La solterona”) este colorista film pretende trazar una suerte de fresco centrado en la descripción del tratamiento social infringido a la mujer en aquel país. Protagonizados, por lo tanto, por cuatro arquetípicos personajes femeninos, el film, visto lejos de su país de origen, no supera la condición de archisabido episodio de culebrón televisivo, dado el esquematismo psicológico con el que aquellos están trazados. Los cuatro relatos se suceden ante los ojos del espectador sin lograr jamás la conmoción que persiguen, porque la superficialidad, la simpleza y el maniqueísmo generalizado aniquilan cualquier brote inspirador. Únicamente, el último de ellos, el que trata los avatares de una mujer a la que nadie pide en matrimonio logra superar la ranciedad imperante: el realizador en él da atisbos de lo que su obra debiera haber sido: el retrato de cuatro personajes de carne y hueso, creíbles, conmovedores por su autenticidad, no por el sometimiento al rol tópico que pretenden denunciar. En “The Spinster” (La solterona), Gopalakrisham sabe acercarse con el sigilo que merece al mutismo padecedor e irresoluble de esa mujer que ve como todas sus hermanas van encontrando al hombre de sus vidas, mientras a ella ninguno la solicita. El sufrimiento de la madre que no quiere morir sin verla casada, la desaforada reacción de la hermana que se la lleva a su hogar tras la defunción de aquella, la incapacidad aquietada de ella por intentar cambiar un destino que poco a poco la va acorralando hasta asumirlo por completo, otorgan a este episodio una tenue intensidad dramática que no había surgido en ninguno de los tres anteriores. El realizador no acierta jamás con una puesta en escena añeja, ramplona, teatralizante y tosca, equiparable a la de un Garci en las horas más bajas de su carpetovetonicismo secular y seculorum. Ésta suerte de manifiesto curry-feminista perece de puro primitivismo mostachero, tripudo y carca.

THE BEST OF TIMES, de Svetlana Proskurina

Poseedora de una filmografía prácticamente desconocida en nuestro país, colaboradora en la escritura de alguno de los guiones filmados por Alexander Sokurov (EL ARCA RUSA, entre ellos), la realizadora cinematográfica Svetlana Proskurina es una de las autoras a las que el festival ha tenido a bien dedicarle un ciclo, que, amén del consiguiente efecto mediático internacional, permitirá al numerosísimo público asistente al certamen tener la oportunidad de acercarse, descubrir la totalidad de su obra. THE BEST OF TIMES, el último de los títulos que la jalonan, se ha presentado aquí por primera vez. Su proyección tiene carácter de estreno mundial. Había mucha expectación alrededor de ella, mas, lamentablemente, una vez contemplada, mucho me temo que sus logros no han estado a la altura de la curiosidad despertada. No va a ser THE BEST OF TIMES el título que saque a la Proskurina de su estatus de autora inédita para un gran sector del público especializado, pues sus logros son del todo escasos. La película resulta decepcionante, sobre todo si tenemos en cuenta que falla abruptamente en el apartado en el que se le suponía a su realizadora más avezada: el de la escritura. El guión del film adolece de una reiteración psicológica que lo adormece, lo confunde, lo estrella.

THE BEST OF TIMES narra mediante continuados flash-back la tortuosa relación emocional mantenida durante muchos años por dos mujeres que viven juntas en un piso con vistas al mar. El rumor del oleaje cercano, los resplandores de los rayos de sol en el agua se nos presentan como introductores de un relato de marcado carácter evocativo. Poco a poco, el espectador va a ir tomando constancia de que a esos dos abatidos polos opuestos les falta uno. El combate es, en realidad, la historia de un triángulo cuyo lado ausente es el más deseado, el que fraguó la inhabitabilidad de esas dos existencias marchitas, el tercero en discordia virulenta. Proskurina se propone ofrecernos, pues, su particular versión de un común argumentativo de extensísima raigambre universal: el del enfrentamiento de dos mujeres enamoradas de un mismo hombre. El problema fundamental del film es que jamás está a la altura de las expectaciones que crea en un arranque ciertamente prometedor. La decisión por parte de la realizadora de aportar conocimiento mediante continuados saltos temporales retrospectivos se antoja, mediado el filme, como equivocada, puesto que éstos no avanzan, no cuestionan, ni abren nuevas perspectivas a las planteadas en el prólogo y, sobre todo, a las magníficamente expuestas en el primer gran flash-back: toda la secuencia que tiene lugar en el piso en donde vive el hombre deseado, con las dos protagonistas en plena  adolescencia, deja ya expuestas unas claves afectivas, que ya nunca Proskurina sabe desarrollar con pertinencia. THE BEST OF TIMES concluye ahí. El resto de secuencias posteriores se enfrascan en un atolladero narrativo que no arroja ni luz, ni enigmas, ni soluciones dramáticas estimulantes: el film se enroca en una continuada vuelta al mismo punto que tiene como consecuencia un precipitado de soluciones más rayanas en lo gratuito que en lo lógico. Una lástima. Más aún, cuando la labor de la directora detrás de la cámara no es ni mucho menos desdeñable. Pero el film parece el propio de quien no sabe a dónde llegar con lo que tiene ganas de decir.

TRICKS, de Andrej Jakimowski

Desde Polonia nos llega, por el contrario, una preciosidad con muchas cosas que contar que, ya desde sus primeras imágenes, da con el tono y el ritmo necesarios para encandilar con el encanto que ansía poseer, posee y desparrama con gracejo descarado. TRICKS, segundo largometraje del joven Andrej Jakimowski luce como virtud primera, precisamente, la dignidad de reconocerse modesta, de ajustarse con una destreza admirable a los márgenes que marca la claridad, la sencillez, la moderación intencional  que la origina. Es de esos filmes a los que anega un hálito de ternura y reconocimiento refrescante. El mimo en el tratamiento de los personajes, cierto regusto a fábula amable, la transparencia lírica con la que están narradas las vicisitudes principales, y la cotidianeidad palpable que se desprende de ellas abundan en ese planteamiento naturalista, voluntariamente decantado por la resolución en clave de comedia de costumbres.

Y es que el punto de vista que articula la narración es el de un niño. Un chaval de unos diez años de edad, que acompaña a su hermana mayor todos los días a la estación de trenes del pequeño pueblo en el que viven; allí ambos observan con cautela a un hombre trajeado que, también a diario, casi a la misma hora, baja a de un tren a fumarse un cigarrillo con celeridad para, instantes después, volver a subirse al vagón casi siempre en marcha. Ambos sospechan que ese elegante señor con traje es su desconocido padre. Los dos viven modestamente en el domicilio materno. Y sobre ambos pesa la inquietud ansiosa de la confirmación de la identidad de ese hombre. TRICKS bascula con fluidez entre el acercamiento lírico-fantasioso que le propina el anhelo del chavalín por lograr el acercamiento de aquel a su hogar y la descripción tierna, agradable y cómica de todos los personajes secundarios que nos son presentados. La acción transcurre en un pueblo agrícola de la Polonia interior. Jakimowski, con diáfana cercanía, sabe aprovechar sin exageración alguna las peculiaridades de ese espacio geográfico nada opulento. La vecina despampanante, los viejos que cuidan a las palomas, el mendigo con el carro, el novio de la hermana y su moto, el vendedor de coches de segunda mano y todos los demás van conformando un pintoresco paisanaje que el realizador, rehusando estridencias exageradas, acierta a enmarcar con la luminosidad que  merece la calidez con la que está apropiado.

Directa, fácil, de reconfortante visionado, TRICKS, seguramente no convencerá a los que lleguen a Rótterdam con el ánimo postmoderno, vanguardista, “cool”, retorcido y ansioso de neotendencias desestructurantes y cuestionadoras  de metalenguajes ya enunciados. No, desde luego. Agradará a los que aún mantengan intacta la esperanza de dejarse atrapar por el encanto de una sencilla historia. Las imágenes del pequeño Stefanek jugando con sus pequeñas figuritas de plomo en las vías del tren, por lo menos para quien esto escribe, se han aprestado a convertirse en un caramelo cebo. Uno es así de añejo, que le vamos a hacer. Es lo que tiene ser pez de golosidad hacedera.

PLOY, de Pen-Ek Ratanaruang

Justo en las antípodas estéticas, argumentales y genéricas de la película polaca hay que situar a esta producción thailandesa que, en sí misma, cual si de un catálogo concentrado “gallina blanca” se tratara, se postula muy satisfecha de ser proclamada como compendio perfecto del manual creativo que parece de obligado cumplimiento a cualquier producción asiática contemporánea con ínfulas autorales postmodernas. A saber: traición al clasicismo narrativo, deslizamiento psicológico-subjetivo del relato, cuestionamiento de la realidad, emergencia del orden simbólico, metáfora de la incomunicación inherente a la sociedad actual, retorcimiento animal del comportamiento adulto, y un etcétera muy largo, repetido hasta la más cansina extenuación. PLOY, pues, no puede ser analizada más que como el resultado de la agitación al pie de la letra de los ingredientes de este cocktail artístico, que lleva camino de condenarse a la impersonalidad del objeto facturado en una cadena de montaje.

El film arranca con la llegada de un matrimonio al aeropuerto de una gran ciudad de Thailandia. El mutismo habido entre ellos dos, la nocturnidad que envuelve su presentación, la frialdad de su seguimiento, la nula intencionalidad carnal que se desprende de la entrada a la habitación del lujoso hotel nos hacen presagiar, nos anticipan ambientalmente el desencuentro, la crisis afectiva que está sacudiendo a su relación. PLOY se adentra precisamente en los fantasmas que genera el espacio de ese desencuentro. La gelidez dolorosa en la que están instalados se adueña de una  narración, que, a partir de la entrada en escena de una desinhibida joven que el esposo conoce en el bar del hotel, se escurre mórbidamente por el terreno de la convulsión, de la incerteza y de la pesadilla. Ratanaruang, muy acertadamente, se muestra cauto, inconmovible, distante en el modo en el que acecha a sus personajes: no intenta jamás hacer ostensible el desvarío emocional al que parecen condenados los dos distanciados protagonistas. Prefiere, controlándola, dar rienda suelta a esa lucha de desconformidades aplazadas e indeclinables visualizándolas en forma de fantasías y desplazamientos oníricos, que pervierten el encadenamiento racional del relato.

El problema fundamental de la propuesta que plantea PLOY es, sobre todo, su incapacidad para desarrollar la historia al margen de su delirante desarrollo subjetivo. Planteado el deterioro radical  y evidente de la relación entre ese hombre y esa mujer que regresan a su país de origen tras mucho tiempo de ausencia allí para asistir a un entierro, todo el entramado de íntimos ofuscamientos va degradándose hacia la arbitrariedad paralizadora más absoluta. El film se agota en medio de una complejidad que se quiere estimulante y deviene batiburrillo psicoanalítico tres delicias. El realizador tailandés se estrella contra el galimatías excéntrico que genera su falta de claridad expositiva. Definitivamente, Kim Ki Duk sólo hay uno, y a éste de Tailandia no lo han matriculado aún en las clases donde imparte el coreano su magisterio. El cine asiático corre peligro cierto de enrocarse en el ombligo de su propio inconsciente. Tanta  obsesión personal como única coartada, como único discurso, como único resquicio creativo conllevará a que la única marca de su estilo sea la mental diarrea. Y yo, si voy al cine, voy al cine; no voy a que me enseñen el inodoro de nadie.

 


Autor: Celso Hoyo


 

CINEMA REGAINED. LA CASA ES NEGRA (KHANEH SIAH AST) DE FORUGH FARROKHZAD

En el año dos mil tres, el Festival Internacional de Cine de Rotterdam sorprendió a la audiencia con un buen número de películas reunidas bajo el título Cinema Regained (Cine Recobrado), con la intención de subrayar la importancia del pasado del cine, denominando a esta selección con un guiño a la obra maestra de Milton, El Paraíso Recobrado.

Con el paso del tiempo, Cinema Regained se ha convertido en una sección del festival que alberga una gran variedad de películas. Habitualmente suele convertirse en un diálogo entre el presente y el pasado, comenzando por la actualidad (como ejemplo este año, el debut francés de Hou Hsiao-Hsien ) y centrando la atención en el film al que hace referencia. También se incluyen restauraciones o nuevas copias de películas antiguas (como Come Back Africa de la filmoteca de Bolonia). Pero asimismo, Cinema Regained incluye películas sobre el medio cinematográfico o sobre cineastas para los que la forma o la elección de un tema es un asunto decisivo. Este año, la programación completa se dividía en dos programas: Rediscovering the fourth generation (Redescubrirendo a la cuarta generación), de la que ha sido responsable Shelly Kraicer (comprendía películas chinas realizadas entre los años 1978 y 1989 y Pièce Unique (Obras únicas), a cargo de Edwin Carels. Este último programa consistió en una retrospectiva de directores que sólo han hecho una única película en su vida y que por su valor artístico se consideran piezas únicas.

Aquí se incluía la proyección de la extraordinaria La casa es negra de la poetisa Forugh Farrokhzad. Nacida en Teherán en 1935, en pleno proceso de occidentalización, su vida independiente y libre fue motivo de escándalo en su época. La casa es negra es un breve documental sobre la leprosería de Tabriz, que algunos han comparado con Las Hurdes, Tierra sin Pan de Luis Buñuel. Murió a los 32 años cuando el vehículo que conducía se estrelló contra un muro.

Reproducimos a continuación la traducción libre de un fragmento de un amplio estudio sobre el film realizado por el crítico francés Alain Bergala.

OJOS ABIERTOS, OJOS CERRADOS

Algo se impone desde los primeros planos, algo que hace este film indiscutible, incluso para aquellos que no saben nada de Forugh Farrokhzad ni de su papel en la cultura iraní contemporánea y que le sitúa inmediatamente, sin las muletas propias de discurso, análisis o interpretación alguna, en el cine esencial.

Es una suerte de seguridad y de absoluta necesidad en los planos, la certeza en el modo de situar esos rostros y cuerpos de leprosos en un ángulo, en un encuadre y a una distancia que se imponen por su evidencia y su fuerza. No es la mitología que se ha creado en torno a esta poetisa y su vida la que designa este film único en nuestra opinión, sino su capacidad de decisión en el gesto de filmar, lo que la une a algunos grandes cineastas. No hay aprendizaje alguno que pueda transmitir este conocimiento.

Lo más injusto para todos aquellos que creen que el cine puede aprenderse es la evidencia de que Forugh era una cineasta nata, la misma evidencia que nos asalta cuando contemplamos los planos de Jean Vigo, del Luis Buñuel de Las Hurdes, de las películas de Charlot. En cada plano, se dice todo acerca de la realidad y de la relación del cineasta como ser humano, -total e indivisible en lo referente a su percepción y a su filosofía del mundo- frente a lo que ha elegido filmar, con los ojos extremadamente abiertos y esquivamente cerrados a un tiempo.

Los mundos de Vigo, Buñuel y Chaplin tan sólo existen a través de ese parpadear.  Cuando Giacometti mira a una mujer, una cabeza, un busto, incluso durante meses, necesita cerrar los ojos para obtener de la tierra la forma que viene de ella o de él, y que es más real que su realidad misma. Sucede lo mismo con Forugh Farrokhzad filmando la leprosería, y en nuestros días, con otro cineasta iraní del mismo temple, Abbas Kiarostami. Cuando se descubrieron sus películas en Francia, -digamos hasta Close up - se le consideró un cineasta de ojos abiertos, tan sutil y suave era el deslizamiento entre el mundo percibido con los ojos abiertos y el concebido a ojos cerrados.

En este punto esencial se juega la extraña filiación entre una madre siempre joven y un hijo cinematográfico que en nuestro imaginario visual siempre ha sido mayor que ella. La escena de la joven en la cava de El Viento nos llevará explica cómo Kiarostami no se ve a sí mismo como un heredero sino como un médium entre una mujer muerta hace treinta y siete años, cuyos rasgos reales se han difuminado convirtiéndose en un icono y una mujer cuarenta años menor, cuyos rasgos permanecerán ocultos a nuestra mirada.

Kiarostami otorga a una joven que le sucede en tierra iraní lo que recibió de otra joven que la precedió en esa misma tierra: el don de la poesía. Y ese don se entrega bajo la tierra, en una gruta, en la noche de los muertos y en el limbo de lo visible. Esta poesía de Forugh Farrokhzad, que no pudo escribirse,-como toda poesía-, salvo con los ojos cerrados, es recogida por una mujer de ojos invisibles.

Si esta película es a un documental común sobre una leprosería lo que un aguafuerte de Goya es a un croquis realista, se debe a la capacidad de la cineasta para mirar a los leprosos y su mundo como una parte de la realidad visible, -era necesario mirarla de frente sin vergüenza ni temor-, así como otra versión posible de la humanidad tal y como podría imaginarse cerrando los ojos ante los leprosos, para guardar en la oscuridad, con los párpados cerrados, una suerte de presencia remanente de algunas imágenes demasiado fuertes como para pasar a otro asunto, refrescar la mirada.

Hay planos negros excepcionalmente largos en esta breve película, como si el espectador a su vez fuera invitado a cerrar los ojos para depositar en él las imágenes que la cámara le ha ofrecido a ver ojos abiertos. El tiempo de constitución del sustrato de imágenes es un tiempo indispensable para poder mirar a los leprosos frente a frente sin pestañear, ojos abiertos. Algunas imágenes rechazan esconderse tras otras que las suceden, y continúan viniendo a inundar la pantalla e incluso en otras escenas donde resurgen de improvisto en el momento en que el espectador no las espera.  Permanecen entre dos aguas, bajo la superficie del film, tocando de repente la superficie no tanto como un “montaje a distancia” de Pelechian sino como un remordimiento diurno que surge en la noche en mitad del sueño para atormentar al soñador. Buñuel desafiaba al espectador a mantener los ojos abiertos con el plano de la navaja rasgando el ojo en Un perro andaluz, Forugh Farrokhzad le obliga a una persistencia retiniana “mental”de insistencia y duración anormales. No se contenta con describir o documentar la realidad de la leprosería y los hombres, mujeres y niños que la frecuentan, sino que construye visiones, en el sentido en que aquel que tiene una visión niega un momento de la banal realidad del mundo frente a lo real fulgurante que aquí confina a lo surrealista.

Fragmento del artículo de Alain Bergala “Les yeux ouverts, les yeux fermés” sobre el film La casa es negra de Forough Farrokzad.

Publicado en la revista Cinéma 07. (Printemps 2004)

Editions Léo Scheer. Paris

EL VIENTO NOS LLEVARA CONSIGO

En mi pequeña noche
¡Ay!
El viento tiene una cita con las hojas de los árboles
En mi pequeña noche
Amenaza la ruina

¡Escucha¡
¿Oyes la corriente de las tinieblas?
Yo miro distante esta felicidad
Apegada estoy a mi desesperanza

¡Escucha!
¿Oyes la corriente de las tinieblas?
Algo atraviesa la noche
La luna está roja y agitada
Y sobre este techo que a cada instante parece derrumbarse
Las nubes aguardan enlutadas
A derramar sus lágrimas

Un instante.
Y después nada
Detrás de esta ventana tiembla la noche
Y la tierra deja de girar
Detrás de esta ventana algo desconocido
Esta pendiente de nosotros

¡Ah!, tú, verde, todo verde,
Pon tus manos como un recuerdo encendido
En mis manos amantes
Y como un cálido sentimiento de existencia
Confía tus labios a las caricias de mis amantes labios

El viento nos llevará consigo 

Forugh Farrokhzad
Noche en Teherán. El Bardo Colección de Poesía
Nuevo Nacimiento. Ediciones del Oriente y del Mediterráneo

COCHOCHI

Exhibida en el Festival Internacional de Cine de Rotterdam, y primera  película de Laura Guzmán e Israel Cárdenas, el título hace referencia a una aldea de la sierra Tarahumara, patria de la etnia rarámuri, en el estado de Chihuahua, Méjico. Un sencillo argumento, que como todos aquellos que optan por relatar historias cercanas, atrapa de inmediato al espectador: dos hermanos, Evaristo  y Tony, que acaban de finalizar sus estudios de primaria, son requeridos para entregar unos medicamentos a unos ancianos que, según la más enraizada tradición, habitan uno de los remotos lugares que pueblan las montañas, separados de su familia.

Tony, de naturaleza rebelde, y arrogante en su tramposa afirmación de conocer el camino, convence al más pequeño para tomar prestado el mejor caballo de su familia sin el permiso de ésta. Este es el comienzo del viaje…

Pero en el preciso instante en que la hostilidad del entorno se hace insalvable, el animal desaparece, abandonándolos a su suerte. La niebla  y la frondosidad del bosque harán el resto, y así, Evaristo y Tony terminarán por separarse involuntariamente.

El pequeño Evaristo, de porte digno y misterioso, emprenderá el camino por un territorio desconocido teniendo siempre en mente su deber, frente a Tony, que vagará en busca del caballo “robado”.El viaje es en este punto un marco excelente para mostrar el modo de vida y la filosofía de los rarámuri, pero siempre en el marco del relato, como corresponde al gran cine, sin perderse por los recovecos del reportaje documental televisivo y renunciando a ese gran número de hermosas imágenes que habrán atesorado en su trastienda.

El respeto por el ser humano, primordial en la sociedad rarámuri, se palpa en cada plano de este film. Algunos instantes impregnados de una fragilidad inmensa, -que desde la mirada occidental presagian la catástrofe sobrevenida súbitamente, tanto de la mano del hombre como de la propia naturaleza-, son transitados por el espectador con una cierta preocupación por la suerte de estos pequeños adultos.

No en vano, la memoria del cine se encarna de modo recurrente en el imaginario del espectador y, los fantasmas de los pequeños de Paisaje en la Niebla, El Regreso o La Noche del Cazador desfilan como una pesadilla frente a otra realidad, la de un grupo humano que vive en armonía con la naturaleza . Quizás mucho más próximo a la suerte de estos hermanos y menos inquietante que los protagonistas de los films enunciados se halla el niño de ¿Dónde está la casa de mi amigo?.  Con gesto contenido y haciendo acto de contrición por el hurto del caballo en el camino de vuelta a casa,  no hay reprimenda a la espera, en un acto de libertad responsable por parte de los mayores de la casa.

Cochochi, premio FIPRESCI en el Festival de Cine de Gijón, es un raro ejemplo de ese cine de factura extraordinaria que surge de los límites entre la ficción y el documental, de identidad difícil a causa del modelo audiovisual imperante. El modo en que este film “observa” la realidad es el cordón umbilical que le une a lo específico del cinematógrafo, es la huella del camino en que desapareció la imagen necesaria raptada por la necedad del monstruo de la representación contemporánea.

 

ENTREVISTA A LAURA AMELIA GUZMÁN E ISRAEL CARDENAS, AUTORES DE COCHOCHI

A modo de introducción, ¿podríais hablarnos brevemente de vuestra formación y trabajos anteriores?

Laura estudió artes plásticas cuando todavía no sabía bien qué hacer, luego ingresó a la EICTV, a la escuela de cine de San Antonio de los Baños, Cuba, y de ahí se fue a México, detrás de Israel. Un año después codirigen su primer proyecto. Antes Laura solo había fotografiado para otros en la escuela e Israel aprendió trabajando, mayormente haciendo video clips de música regional del norte de México.

¿Cómo surgió la idea que dio forma al guión?

Cuando conocimos a Evaristo y a Tony estábamos perdidos en un bosque,  ellos aparecieron, andaban en un caballo, el de su abuelo nos dijeron, nos guiaron de vuelta al camino de regreso al pueblo. Durante el camino les preguntamos que pasaría si perdían el caballo y de ahí en adelante surgieron algunas primeras ideas.

¿La historia estuvo ligada desde el primer momento a la sierra Tarahumara y a los rarámuris? Si no fue así, ¿qué os llevó hasta ese lugar?

Llegamos allá después de trabajar como asistentes en una filmación en Chihuahua, en el desierto, y unos amigos nos recomendaron que fuéramos a la Sierra Tarahumara a otro lugar diferente  para conocer un poco más del estado. Estando ahí, caminando por la sierra, conocimos a Evaristo y a Tony y de ahí más delante surgió la idea de hacer algo con ellos, y ese algo luego se convirtió en una peli. Nunca pensamos en hacer una película en la Sierra si no hasta conocer a Evaristo y a Tony.

¿Cuáles fueron vuestros vínculos personales con los actores? ¿Son todos ellos no profesionales?

En ese momento ellos se veían como niños y al principio los tratábamos como tal, luego pasamos a verlos y tratarlos como adultos. Así que nos hicimos amigos de ellos y más delante de su familia.

A ellos les gustaba grabar con  la cámara, para luego enseñar lo grabado a la familia y a los amigos. Así empezamos una relación de juego y ensayo. Estos ensayos eran improvisados siempre relacionados a lo que hubiera por ahí en el momento.

Ninguno de los que aparecen en la película había actuado con anterioridad.

¿Por qué la elección de una mirada documental sobre un film de ficción?

Filmando una historia ficcionada lográbamos trabajar juntos, en cambio si hubiéramos hecho un documental quizá no hubiéramos cruzado el límite de lo observacional.

Aparte no queríamos hacer una gran ficción, mas bien estar ahí en armonía con los chicos, su familia y su entorno, eso era lo importante, al proponerles hacer una película ellos se convertían en parte importante del proceso.

¿Por qué esos encuadres sin apenas profundidad de campo el caminar de los niños?

El paisaje de la sierra es muy potente para alguien que no está habituado y no queríamos que la película se basara en ellos,  para nosotros era más importante la mirada de Evaristo y Tony y su relación con el entorno, para ellos el paisaje pasa a un segundo plano. Nosotros tratamos estar con ellos, a su altura y de ver a través de su mirada.

¿Cuánto tiempo duró el rodaje? Nos gustaría que relataseis vuestra experiencia...

Durante un año hicimos viajes de preparación a la sierra, siempre fuimos nosotros dos solos. Visitábamos amigos, hacíamos ensayos y conocíamos gente.  Cuando se acercaba la filmación empezaron a llegar la demás parte del crew y mientras mas eran mas dispersos andaban los chicos. Siempre estaban con nosotros 5 de los chicos que actuaron en la peli. Hicieron buena relación con el crew y fue una experiencia que disfrutamos mucho, había un intercambio entre ellos y nosotros, y todo tenía como común trabajar juntos para hacer la película.

Nosotros éramos 12 personas de crew, estuvimos durante 6 semanas de rodaje y dos más en preproducción.

¿Tuvisteis que renunciar a parte del material grabado? ¿Qué papel ha jugado el proceso de montaje en el resultado final?

Si, muchas escenas se fueron. Y así llegamos a la esencia de lo que queríamos contar. Aún así no había muchos caminos para donde ir… sabíamos exactamente desde el principio como empezaba y como terminaba la peli.

¿Habéis proyectado el film ante los protagonistas?

Claro, ellos estuvieron en todo el proceso de escritura de dialogos, así que también participaron en la traducción de los subtítulos. Luego hicimos una proyección en su comunidad. Fue hermosa, una noche fría, al aire libre; todos estaban muy atentos. Al final no aplaudieron como suele pasar en otras proyecciones, así que nos pusimos nerviosos. Pero al rato empezó a acercarse gente proponiendo su casa como locación, o a ellos mismos como actores para la próxima película que hiciéramos.

¿Cuál es vuestra relación personal con el cine como espectadores?

Casi ya no vamos al cine, se batalla para encontrar algo bueno en cartelera. Por lo tanto solo vemos unas cuantas películas en los festivales en los que hemos estado. También por suerte tenemos un par de amigos programadores de festivales de cine que nos mantienen al tanto de nuevas películas.

¿Tenéis en mente nuevos proyectos...?

Tenemos pendiente acabar de editar una peli que hicimos en Monterrey, en México con una ex actriz cubana de 80 años de edad. Y ahora estamos escribiendo otra ficción en República Dominicana.


Autora: Esmeralda Barriendos


 

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