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RELATOS DE JUVENTUD DE ANDREI TARKOVSKI |
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Ya estoy aquí, en la calle Arsenievski. El trayecto en taxi, muy práctico, hubiera sido agradable si no fuera por este sentimiento de ansiedad que suscita la imposibilidad de volver quince años atrás. A la derecha, a lo largo de la calle, se extiende un parque inmenso de jóvenes tilos pálidos y delicados bajo el viento, matorrales de flores minúsculas de color de rosa muy bien cortadas, caminos extraños, cubiertos de arena de forma desigual, bancos recién pintados y ya llenos de polvo… El asfalto está perfectamente nivelado, una acera nueva ha sustituido a los adoquines rotos, miserables, tan acordes con el lugar, y tan acordes aún hoy con el lado izquierdo de la calle y la antigua tienda de combustible, que hace quince años era nueva. Hoy ha desaparecido el globo blanco mate sobre la entrada, del mismo modo en que han desaparecido las marcas de trapos sobre el cristal del escaparate. En la acera, a la derecha, se alzaban muros de ladrillo negro y un árbol podrido; allí donde estaba la antigua tapia de la fábrica que llevaba el nombre de Ilitch, que también es el de la tienda situada en la “horquilla”, en la intersección de las calles Arsenievski y Serpoukhovka. El viejo muro ha dejado paso a un muro nuevo, quizás menos sólido pero nuevo, que separa de la calle el taller de la fábrica recién construido . La calle parece más joven, esta calle por la que paseo en taxi, y giro a la izquierda delante del tercer puesto de la milicia en dirección a la maternidad. Estoy en casa de mi Madre a la que no he visto desde hace lustros; envejece tan rápido que no me doy cuenta del tiempo que un hombre debe tener en cuenta y controlar si no quiere que su vida se le escape de un modo absurdo y precipitado. Entro en esta casa en la que viví hace mucho tiempo, y en la que crecí, como un adolescente se desliza entre la ropa que de repente se ha vuelto demasiado pequeña. Esta casa está situada en una callejuela cerca de la calle Arsenievski, - seguro que llamada así en honor de mi padre, que vivía muy cerca de ella-. El nombre de la calle no podría interpretarse de otro modo y estoy seguro de que la calle no habría existido si mi padre no hubiera existido. Mi madre no está, la espero en las habitaciones exiguas de mi infancia, que ya no volverá, y sólo palidece en mi memoria como las brasas de un fuego que se enfría. La casa y las dos habitaciones apenas alcanzan mis codos y rodillas. El aire huele a cerrado, falta el aire, queda muy poco tras estos quince años. Espero a mi Madre que llega enseguida. Parece que ha descansado; ligeramente bronceada, estoy feliz porque deseo verla joven, aunque en toda mi vida nunca haya hecho nada salvo soñar como un imbécil con un milagro que le devolviera la juventud. Abrimos una caja de cartón que ha contenido conservas y yo, paralizado, me inclino sobre Ella como sobre un abismo: ahí está el tiempo, mi infancia, la juventud de mi Madre y la de mi padre. En la caja, hay fotografías. Esta es mi Madre, vestida con una fina bata de lana de colorines, me sostiene en sus brazos. Baja la cabeza. Mira mis manos con aire apenado, los deditos separados de un modo absurdo. La fotografía es gris. Detrás de la cabeza de mi Madre, una ventana de cristales borrosos deja pasar la luz que se funde con Su cabello. En cuanto a mí, con los ojos pensativos, abiertos de par en par, miro fijamente al objetivo del tío Liova, cuya cámara photocor registró toda mi infancia. Este es mi padre. En 1934, -según dice Ella-. En la fotografía, Su rostro es expresivo y triste. Un árbol sirve de decorado, creo que es un olmo, o quizás un pino; nunca lo he sabido a pesar de ser importante para mí. No se trata del árbol en sí mismo sino de la superficie, la corteza, agrietada y muerta. Mi padre tiene un pliegue entre las cejas, tan inútil como una cicatriz, como si el tiempo se hubiera detenido sobre Su rostro, petrificándose con la calma del granito. Se mira Los pies, a pesar de que en la fotografía no se ve más que Su rostro y un trozo de corteza del árbol; las pestañas son rectas, negras y frondosas. Es más joven que yo, de aspecto triste y parece desgraciado. En el cartón se encuentran tres fotografías idénticas y en cada una de ellas figura una inscripción. No recuerdo de qué se trata, es algo muy personal. Se parece a mí, mejor dicho, creo que me parezco a El. El cabello es negro y fino, y en el negativo se ve que oculta algo a los que Le rodean. Fragmento del capítulo Je vis avec ta photographie del libro Andreï Tarkovski. Récits de Jeunesse Traducción del ruso al francés: Cécile Giroldi y Hélène Henry-Safier (poemas) Editorial Philippe Rey www.philippe-rey.fr Traducción y adaptación del francés: Esmeralda Barriendos (1) El título de este relato procede de un verso extraído de un poema de Boris Pasternak, La suplente en Ma soeur, la vie, traducción de Hélène Henry-Safier, Gallimard 1982. |