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ENTRE LUCES Y SOMBRAS |
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El cine es una de las escasas artes que ha conocido el día de su nacimiento, y por este motivo, hubo testigos que dieron buena cuenta de ello. Entre los espectadores de la proyección que tuvo lugar el sábado 28 de diciembre de 1895, dos periodistas anónimos, fascinados, contemplaron en la pantalla del cinematógrafo el sueño de un siglo, el XIX, que llegaba a su fin: la recreación técnica de la realidad y el triunfo de la ciencia sobre la muerte.
LA ILUSION DE LA VIDA REAL… (Publicado en el diario “Le Radical”.30 de diciembre de 1895) Un nuevo invento, que sin duda es una de las cosas más curiosas de nuestra época, no obstante tan fértil, se produjo ayer por la tarde, en el número 14 del Boulevard de los Capuchinos, ante un público de sabios, profesores y fotógrafos. Se trata de la reproducción, mediante la proyección de escenas vividas y fotográficas compuestas de series de pruebas instantáneas. No importa el número de las personas sorprendidas en gestos cotidianos ni las escenas así fotografiadas: éstas vuelven a contemplarse a tamaño natural, con las formas, la perspectiva, los cielos lejanos, las calles, las casas, con toda la ilusión de la vida real. Por ejemplo, la escena de los herreros: uno de ellos hace funcionar el fuelle, el humo se escapa de la fragua; otro coge el hierro y lo golpea sobre un yunque, lo sumerge en el agua y surge una gran columna de vapor blanco. La vista de una calle de Lyon, con todo el movimiento de tranvías, coches, paseantes, es aún más extraña. Lo que más emocionó fue El baño en el mar: ese mar tan auténtico en su forma, en su movimiento. Los bañistas, unos entrando en el agua, otros tirándose de cabeza, son de una credibilidad maravillosa. Señalar especialmente la salida de todo el personal, los coches, etcétera, de los talleres de la casa donde ha sido inventado este aparato, al que se le ha dado el difícil nombre de cinematógrafo. El director del taller, el señor Lumière, pidió disculpas al respecto. Los inventores son sus dos hijos, los señores Augusto y Luis Lumière, que ayer recibieron aquí los mayores aplausos. Su obra será una verdadera maravilla cuando consigan atenuar, si no suprimir totalmente las trepidaciones - temblores- que se producen en los primeros planos, algo que en principio no parece posible. Hasta la fecha, se podía registrar y reproducir la palabra. Desde hoy, se puede registrar y reproducir la vida. Uno volverá a ver con vida a los suyos tiempo después de haberlos perdido para siempre.
LA MUERTE DEJARA DE SER ABSOLUTA… (Publicado en el diario La Poste el 30 de diciembre de 1895) Ayer tarde, los señores Lumière, padre e hijos, de Lyon, convidaron a la prensa a la inauguración de un nuevo espectáculo, ciertamente extraño, cuyo estreno fue reservado al público parisino. Instalaron su ingenioso aparato en el elegante sótano del Gran Café, en el Boulevard de los Capuchinos. En una pantalla colocada al fondo de una sala tan grande como uno pueda imaginar, visible ante una multitud de personas, aparece una proyección fotográfica. Hasta aquí, nada nuevo. Pero de repente, la imagen, de tamaño natural o reducida en función de la dimensión de la escena, se transforma en algo animado y cobra vida: se abre la puerta de un taller por la que salen un grupo de obreros y obreras en bicicleta, perros corriendo, coches; el bullicio de la vida misma, el movimiento capturado en su agitado devenir. O una escena privada: una familia reunida en torno a una mesa. De la boquita del bebé resbala la papilla que le ofrece el padre, mientras la madre sonríe. A lo lejos, los árboles se agitan y el viento levanta el babero del niño. Ahora es la inmensidad del Mediterráneo, todavía inmóvil como en una pintura: un joven, de pie sobre un tablón, se dispone a saltar sobre el oleaje. Contemplamos la belleza del paisaje. Súbitamente, las olas espumosas avanzan, y el bañista se lanza de cabeza, seguido por otros que corren a sumergirse en las aguas del mar. El agua brota hacia arriba a causa de la caída, el oleaje cubre a los bañistas, algunos son derribados por la fuerza del agua, resbalan sobre las rocas. La fotografía ha dejado de fijar la inmovilidad, ahora perpetúa la imagen en movimiento. La belleza de la invención reside en la novedad y en lo ingenioso de dicho artefacto. Cuando estos aparatos puedan ser adquiridos por el público, cuando todos podamos fotografiar a nuestros seres queridos, no ya en su apariencia estática sino en sus movimientos, en acción, en sus gestos familiares, con la palabra en los labios, la muerte dejará de ser absoluta. Publicación: Lé cinéma: naissance d´un art (1895-1920) Autores: Daniel Banda y José Moure Editions Flammarion, Paris 2008 Traducción y adaptación: Esmeralda Barriendos para www.zinema.com |