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BERLINALE MIT
CELSO |
por Celso Hoyo |
Berlín nos recibe este año con la más polar de sus intencionalidades. Un manto de blanquísima gelidez cubre toda su superficie. La tarea de caminarla se hace más difícil, pero, aún así, permanece firme la incandescencia que regala la fragilidad incombustible de su amplia certeza urbana. La capital alemana, esta vez, es un océano de nieve en el que cada cual maneja su barquito con la relajada sensación de que la tormenta concluirá en buen puerto. Es lo que tiene Berlín: que siempre le pone amarre a cualquier presunto naufragio. No hay peligro de conmoción hibernal en el cuerpo. La ciudad dispone la temperatura exacta para el caminante dentro de esa hoguera, presta, apacible, extensa, que guarece tras las puertas de cualquier café. Un brebaje caliente culmina la plácida bienvenida de la calefacción allí reservada. La habitación del hotel dispone a tu estupefacto acometimiento el hondo sosiego de una manta. Berlín repara inclemencias con sólo estarla. Para su sexagésimo aniversario, la Berlinale ha decidido convocar a un buen número de cineastas jóvenes, desconocidos la mayoría de ellos por el gran público. A diferencia del año pasado, en el que la apuesta por grandes nombres resultó fallida (ni Tavernier, ni Ozon, ni Frears, ni Kaige, ni Potter, ni, sobre todo, Moodysson estuvieron a la altura de lo esperado), esta edición destaca por esa opción, en principio estimable, de intentar dar a conocer el trabajo de nuevos creadores, a los que la extraordinaria plataforma que es este evento pudiere deparar el beneplácito de la crítica especialista aquí reunida. La búsqueda del talento inédito debe ser siempre uno de los parámetros exigidos en la configuración del listado definitivo que compone el cartel progamativo de una cita cinematográfica tan emérita como la presente. Así pues nos predisponemos a ver los trabajos del turco Semih Kaplanoglu (BAL –“Honey”-), del japonés Koji Wakamatsu (CATERPILLAR), de los germanos Benjamín Heisenberg (DER RÄUBER –“The Robber”-) , del ruso Alexei Popogrebsky (KAK YA PROVEL ETIM LETOM -“How I ended this summer”-), del francés Benoît Delépine (MAMMUTH), del noruego Hans Petter Moland (EN GANSKE SNILL MANN –“A somewhat gentle man”-), del rumano Florin Serban (EU CAN VREAU SA FLUIER, FLUIER –“If I want to Whistle, I whistle”-), la argentina Natalia Smirnoff (ROMPECABEZAS) y el turco-germano Burhan Qurbani (SHAHADA). Junto a ellos, se da la curiosa circunstancia de que compiten cuatro ganadores del Oso de Oro en años anteriores. Son, por un lado, la serbia Jasmila Zbanic (NA PUTU –“On the path”-) y el chino Wang Quan´an (TUAN YUAN –“Apart, Together”-), y, por otro, los ya consagrados y casi siempre interesantes Michael Winterbottom (THE KILLER INSIDE ME) y el chino Zhan Yimou (SAN QIANG PAI AN JING QI –“A woman, a gun, and a Noodle Shop”-). Junto a ellos, también hay notables expectativas en torno a un grupo de realizadores con una más que estimable experiencia en el circuito internacional. En él encuadramos al iraní Rafi Pitts (SHEKARCHI –“The Robber”-), al danés Thomas Vinterberg (SUBMARINO), a la danesa Pernille Fischer Christensen (EN FAMILIE –“A Family”), a los norteamericanos Nicole Holofcener (PLEASE GIVE), Noah Baumbach (GREENBERG), y Rob Epstein y Jeffrey Friedman (HOWL) y al alemán Oskar Roehler (JUD SÜSS: FILME OHNE GEWISSEN – Jew Suss: Rise And Fall”-). Pero, sin duda alguna, por causas de sobra conocidas, quien seguro atraerá más focos de atención será la participación del veterano Roman Polanski. Sin su ya segura no presencia, tendremos ocasión de contemplar su última obra, THE GHOST WRITTER. Junto a él, aunque fuera de concurso, se aguarda con máximo interés a SHUTTER ISLAND, el film con el que Martin Scorssese vuelve a Berlín, tras inaugurarlo hace dos años con SHINE A LIGHT. Con todo, personalmente, creo conveniente hacer mención al film con el que quedará clausurado el certamen. El maestro del cine nipón Yoji Yamada recoge este año el premio especial del festival a toda una trayectoria. Lo hará presentando OTOUTO (About Her Brother). Hace mucho frío, insisto. En Berlín eso no es un problema. Sólo una emoción cromática desde la que contemplarla distinta. Esperemos que no sea la Berlinale la que nos deje congelados. Venimos aquí a que se nos abriguen las retinas, no a que nos las dejen tiritando. Sección Oficial |