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51 SEMANA INTERNACIONAL
DE CINE DE VALLADOLID

 por Juan Carlos Granado

La programación de este año se queda escasa, aparte de la Sección Oficial y Punto de Encuentro, poco atractivas a primera vista, y la imprescindible Tiempo de Historia –que rara vez he visitado- hay un ciclo del indio Satyajit Ray, aparentemente poco trabajado y una publicación sobre él que da pena. Me confirman que sus obras seleccionadas serán en dvd, no en cine. Me pregunto si esto de enfocar el festival al futuro tiene que ver con los contenidos o con los formatos. Veremos.

También nos proponen un ciclo llamado “Cine entre líneas”, que no es otra cosa que el “Periodismo visto por el cine”. Muchos clásicos imprescindibles y una de Ladislao Vajda que nunca he visto. Aprovecharé.

En los últimos años siempre hay un ciclo sobre algún español, este año Pedro Olea, que tiene dos o tres grandes películas pero tanto como para hacerle un ciclo, pues no sé yo. Y el ciclo “spanish cinema” creo que dejó de tener sentido hace algunos años, los mismos en que dejaron de venir prensa y espectadores extranjeros.

Por último se ofrece un ciclo llamado “Videojuegos y cine” que no me atrae lo más mínimo.

 

Viernes. Empieza el espectáculo. 

Hoy es el día en que si inaugura el festival y me lanzo a comprar entradas para por la tarde. Mi destino es una peli húngara llamada Egyetleneim, de Gyula Nemes, para la que consigo una de las últimas entradas y una mejicana llamada Más que a nada en el mundo, de Andrés León y Javier Solar, para la que todo está agotado. En la cola me entero de que este año se pueden comprar las entradas por internet -también en las taquillas-, con 48 horas de antelación. Culpa mía, supongo, por no haber visitado la página del festival en los tres últimos días, aunque las personas que lo han hecho de ese modo tienen que montar un pequeño altercado a la entrada para que les dejen pasar. Este nuevo sistema no he sido testado con anterioridad, parece.

El primer choque es que aunque ya no quedaban más entradas a la venta, casi un tercio del cine está vacío. Así que, o alguien ha calculado muy mal las plazas de acreditados, o han regalado tantas que han convertido esto en una pequeña chapuza.

Es extraño el giro que están dando a este festival, un festival que siempre se caracterizó por una enorme seriedad, una gran profesionalidad en la organización y un exquisito trato a los espectadores cuando algo salía mal. Da la sensación de que no es ese el estilo que quieren seguir. 

Egyetleneim es un videoclip mal hecho, lleno de gags tontos de estudiantes universitarios de primer año, escritos en la mesa de una cafetería. 

Ahora que sabemos que se puede comprar con toda esa antelación vamos al Teatro Calderón (sede de la sección oficial) a por entradas para mañana. Después de una hora y tres cuartos en una cola de no más de veinte personas, en la que charlamos animadamente los festivaleros, desisto de comprar algo.

A la taquillera le falta un tris para empezar a llorar ante la desesperación que le causa el sistema informático, que se bloquea constantemente y que le ha permitido vender apenas unas decenas de entradas en más de cuatro horas. La venta de abonos a través de internet también fue un pequeño desastre, así que ya empezó la cosa mal. Y no es que nadie echase de menos los épicos tiempos de las colas nocturnas, pero siempre se espera más de los avances técnicos. 

Recorro, junto al resto de la Mesa Nacional de Zinema.com, los bares a base de vinos y pinchos. Esto sí que está a la altura de lo previsto.

Los que han visto la peli mejicana que yo quería ver no la recomiendan, pero expresan su sorpresa al ver tantas calvas en el patio de butacas. Ellos que también llevan muchos años viniendo aquí saben de la salvajada que eso significa en una ciudad que se involucra en el festival y asiste masivamente a la proyección de las películas.

Ninguno entendemos el criterio del nuevo equipo directivo.

 

Sábado. El día en que nos sorprende la falta de seriedad.

La mañana empieza muy bien con una gran película proyectada en la sección oficial, aunque fuera de concurso. Es The queen, de Stephen Frears.

Después, Mujeres en el parque, de Felipe Vega, director que tiene una obra que en su momento me encantó (hablo de Paraguas para tres) pero que después sólo ha hecho que causarme bochorno. En esta última debería haber recibido una sonora pateada por el respetable, situación que no se dio y me explico por la elevada edad de los que ocupamos el patio de butacas. No sé que pasará mañana en el Roxy, donde los jóvenes dominan. 

Por la tarde he elegido pelis seguras, The big carnaval, de Willy Wilder, que nunca he visto en cine y Séptima página, de Ladislao Wajda, que nunca he visto, sencillamente. Las dos en los cines Mantería.

La primera empieza con retraso y durante más de 10 minutos el proyeccionista no atina a mostrárnosla en el encuadre correcto, primero ocultando los subtítulos y después cortando la parte superior del cuadro. Griterío del personal, incluso insultos (que no defiendo) hasta que por fin consiguió el desconocido operario dar con el formato adecuado. En ningún momento se paró la proyección ni nadie bajo a pedir disculpas. Supongo que no sabían que eso se debía hacer.

En la de Wajda no hubo ningún contratiempo y pude ver un drama lleno de situaciones cómicas, en las que algunas grandes estrellas (y grandes cómicos) como Pepe Isbert y Manolo Morán lucen en pequeñas apariciones estelares. Salgo encantado de la película y más cuando me entero de que la copia estaba en tan mal estado que han estado a punto de suspender la proyección. Por cierto, la sala -en las dos- con muchas butacas vacías que la gente no había podido comprar.

La noche la dedico a la inmejorable oferta gastronómica de la ciudad.

 

Domingo, el día en que se confirma la incompetencia.

La mañana empieza con la película iraní Es invierno, de Rafi Pitts. Aburridísima película que me produce un sueño que no hago ningún esfuerzo por despejar. Lo mejor que se puede hacer ante tal coñazo.

La segunda proyección del día es Derecho de familia, de mi admirado Daniel Burman, fin de una trilogía que comenzó con Esperando al Mesías y continuó con la casi perfecta El abrazo partido. Es, sin duda, la más floja de las tres, con momentos típicos de su especial ironía pero decepcionante en general.

La tarde la empiezo con un más que correcto documental argentino: Bialet Massé, un siglo después, de Sergio Iglesias. Bialet Massé es considerado como el precursor del derecho laboral en Argentina, aunque tremendamente desconocido allí por este hecho. Hizo un informe extensísimo sobre la situación del país en 1906, por encargo del presidente de la época y Sergio Iglesias se dedica a recorrer los mismos puntos comparando con la situación actual.

Después he elegido, y conseguido entrada, para Todos los hombres del presidente, de Alan J. Pakula, que nunca he visto en cine.

Empieza la proyección y me doy cuanta de que es en dvd, eventualidad que no estaba advertida cuando compré la entrada y, de todos modos, una excentricidad -por no decir que es una aberracción- para un festival de cine internacional. Pero además la película se empieza a proyectar ¡en blanco y negro!

Me levanto y salgo a advertir a los encargados del cine. Uno de ellos, me suena verle desde hace muchos años se muestra avergonzado, creo, de lo que le expongo. Otro curiosea la caja del dvd y dice en voz baja: ”es verdad, es en color”. Éste no parece ver razón para sentir vergüenza  y recostado en su silla me mira como a un loco mientras protesto -puede que sí tenga esa pinta-. Prometen arreglarlo.

Entro a la sala y todo sigue igual.

Espero más de cinco minutos y vuelvo a salir.

El encargado me dice que no son capaces de arreglarlo e intenta consultar con su jefe si suspende la proyección, devuelve el dinero y pide disculpas a la gente, que es lo que yo de forma utópica le solicito.

Le hago saber que me parece una tomadura de pelo que gente que no conozca la película se le esté engañando así.

Contestación de su jefe: “si nadie ha protestado ¿para qué interrumpirla?”

Me devuelven mi dinero y me voy con un cabreo de mil demonios a poner una reclamación en las oficinas del festival. Espero no haberles escrito alguna burrada imperdonable.

Quedo con amigos de la ciudad y cuanto lo sucedido. Nadie da crédito, menos mal que después llegan otros que cuentan más hechos también bárbaros.

 

Lunes. Todo sigue igual.

Me río con mis compañeras de butaca -también abonadas- del desastre que llevamos, y eso sin tocar el poco nivel de las películas, que daría para otra crónica y espero que esa la hagan los periodistas que anidan en el pesebre de las acreditaciones, bonos comida y el “todo pago”.

En el corto empiezan fallando los subtítulos y así se mantiene hasta transcurrido la mitad de él. Nadie protesta, supongo que porque es en inglés y se entiende bien.

La peli inicial es Jindabyne, de Ray Lawrence, una producción australiana de 123 minutos basado en un relato corto de Raymond Carver que ya había usado Robert Altman en su “Short cuts”. Altman mezcló ocho relatos para una sola peli, y este tipo de uno hace más de dos horas. Pues eso.

Por no criticar su estilo, más cercano a una tv movie, si no fuese por la duración, que a una película para el cine. Una salvedad: Laura Linney hace un muy buen papel, aunque yo del que esperaba más era de Gabriel Byrne.

Hasta ahora no he hablado de cortos porque ninguno me parecía digno de mención. El que nos ponen ahora la merece. Límites naturales, de Rubén Alonso. Es lo peor que he visto en muchísimo tiempo, y no creo que se hubiera podido exhibir aquí si no fuese porque tiene toda la pinta de ser una producción local. He dicho.

Es clamorosamente pateado.

Ciudad en celo, del argentino Hernán Gaffet es una peliculita floja, de estilo manido, lleno de tópicos y chistes fáciles. En definitiva, una buena película para ver con tu novia un domingo por la tarde en el sofá de casa pasando una buena resaca. Ahí es donde alcanzará toda su grandeza.

La tarde me la tomo con tranquilidad y hasta las siete en el Roxy no voy a ver nada. Me arriesgo con El destino, de Miguel Pereira, una argentina que protagoniza Tristán Ulloa, actor al cual no considero como tal y en esta película me lo confirma, hasta cargarse él solito los pocos valores positivos que podía tener la historia.

Y sobre la organización, pues para echarse a llorar. El corto previsto –Wooden Soul, de Rehana Rose Khan- no fue exhibido, pero tampoco explicaron el por qué.

Dos de los operarios –bastante jóvenes ellos-  que se dedican a los subtítulos eran lo más parecido a Pepe Gotera y Otilio que se pueda recordar. Mientras el uno iba poniendo cartones al proyector de los subtítulos para calzarlo, el otro, ordenador portátil en ristre, le guiaba el enfoque a voz en grito. Todo ello en tiempo de exhibición, es decir, con todo el mundo sentado y asistiendo al espectáculo.

Para rematarlo la película se para a la mitad “por problemas técnicos”. Es verdad que en poco más de tres minutos la consiguieron echar a andar de nuevo.

Quedo con gente de la ciudad y me dedico al alcohol de la Ribera y al pincho cool. Para ahogar las penas, vaya.

 

Martes. Un rayo de esperanza.

Gran película de Goran Paskaljevic, Optimistas, para abrir el día. Diversos relatos basados en el Cándido de Voltaire para dar su personal interpretación de la sociedad serbia actual. Cierra una trilogía que empezó con El polvorín y siguió el pasado año con la imprescindible Sueño de una noche de invierno. 

Como no todo podía ser bueno, a las 12 nos castigan con algo horrendo Der Lebensversicherer (El corredor de seguros), de Bülent Akinci. Es tan mala que no he conseguido ni quedarme dormido. También ayudan las butacas del Teatro Calderón, que son como para personas del siglo XIX. Pequeñitas, vaya.

La tarde no ofrece gran cosa, así que la dedico al paseo.

 

Miércoles. He caído en depresión.

A primera hora -8:30- se proyecta la película egipcia Omaret Yacoubian, de Marwan Hamed de 165 minutos.

Duermo plácidamente en mi cama sin el más mínimo cargo de conciencia.

Ya llegando al cine, a la segunda proyección del día, ruego a la Providencia que mis compañeras abonadas me digan que fue mala. No se atreven a tanto, incluso de entretenida la califica alguna de ellas. Ya no hay remedio.

Pero sin duda la proyección de las 12:00 horas, 25 de octubre, pasará a los anales de la Seminci como uno de los esperpentos mayores jamás vistos. Primero un corto de 20 minutos sobre Colón -producción local, parece-, El último viaje del Almirante, de Iván Sáinz-Pardo en el que todo el equipo vino a aplaudir y luego abandonaron la sala. Y no se llevaron una pateada por milagros que a veces ocurren, o la cosa nacionalista. Vaya usted a saber. El público mostró un silencio aterrador, que puede que sea peor.

En este corto no están bien ni los textos, que sufren faltas ortográficas. De lo fílmico ni hablamos.

Pero lo grotesco llegó con El ciclo Dreyer, de Álvaro del Amo. Y pienso en el careto que se le habrá quedado a este hombre –si ha asistido a la película, que no lo sé- cuando la peña en masa se estaba desternillando ante la sarta de estupideces y diálogos imbéciles que tenía el engendro. Me dio tal vergüenza que no quise quedarme para patear.

Salí si molestar demasiado pasados 50 minutos.

Visito la librería Sandoval -Plaza de Santa Cruz- donde trabaja uno de los tipos que más sabe de cine, que yo conozca, y no le cuesta nada venderme un par de libros que espero no me causen pesadillas. Me pregunta por el festival, escandalizado por lo que le han contado otros clientes, y no me queda más remedio que confirmárselo. Dudo que los del 112 se queden sin pasar por aquí esta tarde para atenderle.

A las 18:30 voy a ver una película del indio Satyajit Ray, cosa que no pensaba hacer en protesta por hacer un ciclo a un personaje clásico, en un festival de cine internacional, y poner todas sus películas de dvd. Veo El héroe, 1966, que es una buena película. Uno debe de tener recursos, aparte del alcohol y la comida, para darse homenajes.

 

Jueves. El éxtasis.

La sesión de la 9 empieza con un corto del gran Ferenc Cakó que me deja bastante frío, pero luego tenemos una bélica que me apasiona.

Es Days of Glory, de Rachid Bouchared, premiada con una Palma en Cannes a la mejor interpretación masculina. No espero demasiado de ella, sobre todo porque vi una anterior de este director que se llamaba Little Senegal  y me pareció un tostonazo. Nada que ver con ésta. Es lo mejor a concurso que llevamos visto en toda la Semana.

A las 12 me toca An inconvenient truth, de Davis Guggenheim y que recrea las conferencias que va dando por el mundo Al Gore advirtiendo sobre el cambio climático. Me ha convencido. Salgo emocionado e incrédulo por haber visto dos películas seguidas más que dignas.

La tarde es el top con Das Fräulein (La señorita), de Andrea Staka. Narra la historia de una chica de Sarajevo que llega a Suiza y guarda como secreto una grave enfermedad. Allí conoce a una cincuentona de Belgrado, borde a más no poder, que regenta una casa de comidas donde pululan ex yugoslavos con total normalidad. En principio eso es una situación inverosímil, pero aquí funciona con una naturalidad pasmosa. La amistad entre ambas, el honesto planteamiento de los hechos y la limpieza narrativa acaban por arrebatarme, por galardonar, en mi particular entrega de premios, a esta peli como la mejor de todo el año.

Me da una cierta incertidumbre pensar que quizás me guste tanto por lo malo que es todo lo demás. Espero que no.

Disfrútenla cuando puedan.

 

Viernes. Despedida con buen sabor.

Basada en una de mis novelas favoritas, -Nos dejaron el muerto, del canario Víctor Ramírez- la mañana del viernes comienza con La caja, de Juan Carlos Falcón. Es una novela difícil de adaptar, pero llena, por  momentos, de un humor que roza la catarsis y que recuerda a eso llamado hace años “realismo mágico”.

Juan Carlos Falcón lográ pasar de forma más que digna dicho trance, hasta se postula, pienso yo, como un nuevo Berlanga. Veremos sus siguientes propuestas.

Me da rabia que esté fuera de concurso, porque sería candidata a varios premios sin duda alguna. Magníficas las actrices, y sobre todas Elvira Mínguez y Antonia San Juan.

Después nos proyectan algo (fuera de concurso) más digno de una gala de clausura que de una sección oficial: Catch a fire, de Phillip Noyce. Cuenta la evolución de un negro mozambiqueño sin muchos problemas para vivir con el apartheid, pero que tras sufrir la irracionalidad del sistema, se pasa a luchar del lado del CNA.

Al otro lado Tim Robbins, blanco boer como responsable de la lucha antiterrorista. Y sus cosas personales, claro.

Buena película, buenas intenciones pero poco digna de la sección oficial de un festival como éste, como ya he dicho.

Me despido como empecé, con una peli húngara (Friss legevö –Aire fresco-, de Ágnes Kócsis) y muchas esperanzas, esperanzas que se derriten como los glaciares: lenta pero inexorablemente.

Es la historia de una hija y su madre que viven juntas, la madre lava urinarios públicos y la hija estudia diseño de ropas. Comunicación nula entre ellas y casi dos horas para reflejar un cierto acercamiento de posturas que hubiese mejorado el resultado total si se hubiese contado en no más de 80 minutos. No  recomendable, aunque no es de lo peor que ha pasado por este festival, para desgracia del sufrido público.

 

Amarga conclusión.

Para los que llevamos viniendo desde hace tiempo a este festival (éste era mi número 14), ha sido un año muy doloroso, porque es en el que (aparte de la selección de películas, que siempre pueden ser mejor o peor), se ha constatado algo que ya se intuyó el pasado año, el del primero del actual director: el del descenso hacia el abismo a título organizativo, de estrategia y de planteamiento.

Un staff poco o nada profesional, pocos ciclos sugerentes y de muy poca calidad (¡uno entero proyectado en dvd!). Aparte de una  incapacidad absoluta en la resolución de cualquiera de los problemas que se fueron dando, como ha sido con la implantación del nuevo sistema de venta de entradas.

En fin, un desastre. 


 

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