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EL EXPEDIENTE MADRE
No pasará a los anales de ninguna historia el muy olvidable Joseph Ruben por ejercicios tan desaplomados como DURMIENDO CON SU ENEMIGO, EL BUEN HIJO o RETORNO AL PARAISO. Ruben es de ese tipo de insípidos realizadores que van confeccionándose un hueco en la industria al asumir los alimenticios encargos que ésta les comisiona. Facultativos todoterreno-de-nadie que lo mismo valen para un roto, para un descosido, para un arreglo, para una compostura, para un coser, para un cantar. Con sus trabajos, las grandes productoras intentan asegurar una cierta profesionalidad en los productos destinados al consumo del gran público cinéfago que abarrota las grandes superficies en las que se exhibe cine preponderantemente producido con poco arte, menos ensayo y ningún afán experimentador de corte europeizante al estilo Linlaker. Mucho más que de ellos, las bondades de su trabajo dependen del tino con el que eligen el equipo artístico que les haya de hacer arrumacos laborales, o de la modestia con la que emprendan un proyecto con cierta entidad en su escritura.
No es éste el caso. Aquí, contra todo pronóstico, Ruben dignifica, en cierto modo, un material más que inflamable aglutinado por el autor del rocambolesco guión de esta MISTERIOSA OBSESIÓN que ahora nos ocupa. Digamos que con la cautela, con la absoluta ausencia de pretensiones trascendentales que se desprende del disciplinado modo de ejercer sus tareas de dirección, el realizador imprime un exigible, encauzador sentido común a un relato que, de partida y por obra de un sueño del guionista Gerald Di Pego, posee visos más de galimatías telefílmico al uso, que de coherente, vertebrador punto de partida. Ruben, de las muy distintas y aparatosas posibilidades que se apalean en el libreto, opta por profundizar en el drama íntimo de la mujer protagonista, más que por intentar desarrollar la vertiente fantástica a la que inútil, arbitraria y toscamente va inclinándose (o derrumbándose) el dinamitante argumento que le encasqueta el bochornoso autor de atrocidades tan tóxicas como las engullidas en la nefanda INSTINTO, o en la lacrimojigata MENSAJE EN UNA BOTELLA.
La primera parte del filme describe con eficacia el estado postraumático que asola la vida de Telly Paretta, tras la malograda desaparición de su hijo Sam en un accidente aéreo. El declive psicológico aparentemente insalvable que la acorrala propicia una ambigua e inquietante trama misteriosa que va entretejiéndose, por un lado, en torno a la relación de Telly con su marido y con el médico que la atiende; y, por otro, en torno a los pequeños apuntes cotidianos y hogareños sobre los que se cierne una nada serenante suerte de afán trastocador, desestabilizante: el coche que no está aparcado donde se creía, las cintas de vídeo borradas, la foto manipulada... La paraamnesia que se le diagnostica a Telly hace tambalear con una meritoria escasez de elementos vehiculados la lógica interna del relato, pues cuestiona con validez el punto de vista de todos los acontecimientos hasta ese momento expuestos: la mirada de Telly sobre la realidad que la circunda es rebatida, y, por lo tanto, queda sembrada la duda. Su empeño habrá de ser el de conseguir primero la confianza de quienes la rodean; y, después, la de los espectadores.
La debacle se origina cuando emerge de forma harto chapucera (esos tiros autocurados cual enemigo"terminator", la explosión en la cabaña, las abducciones celestiales) una pretendida desviación argumental fantástica que el director no sabe enderezar ni hacer consistente jamás. Ésta no parece atender nunca a ninguna necesidad interna de la historia, sino que acaba mostrándose como un capricho ensoñatorio del señor Di Pego. Se hace cobrar protagonismo al padre de una de las amiguitas del hijo de Telly, pero la endebles, el brochazo urgente ( y el careto pánfiloesforzado de Dominic West) con el que éste es retratado hace que su presencia se antoje un lastre mustio y vulgar para con el devenir angustioso que apabulla a la protagonista. Sólo al final, cuando de forma fulminante se da buena cuenta y mejor carpetazo a éste y a la trama policiaco-racional, y el realizador se agarra a las inexpugnables dotes interpretativas de una magnífica Julianne Moore, la película logra reubicarse en el conflicto dramático que no hubiera debido abandonar: la imposibilidad del olvido en el ser humano cuando median lazos afectivos de primer orden. Su enfrentamiento en la escena del desenlace final con el extraño personaje que interpreta un circunspecto Linus Roache da buena muestra de los sugerentes resultados que podrían haber sido logrados de haber sido asumido con menos ínfulas "expediente x" el interesante planteamiento inicial.
Por cierto, las explosivas y rotundas volatilizaciones "ad caelum" (quizás anunciadas en el aéreo y escrutador plano con el que se abre el filme) de algunos personajes, así como el epílogo en el parque, a mí, por lo menos, me lo expliquen.
(**) Recomendada a todos aquellos forofos de la serie EL INQUILINO que hacen zapping cuando sale Jorge Sanz.
Celso Hoyo Arce