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Sonrisa inútil. Sonrisa blanda. Sonrisa prettymanufacturada. Gélida, tramposa sonrisa blanca e inmensa, que apenas si esfuerza las comisuras por disimular con pulcritud el burdo artificio de puro marketing recaudatorio para el que ha sido exhortada, esta Mona Lisa bienpagá, con sonrisa sin atracción de risa, pero con la prisa tersa y lista para el cobro de la molar exhibición aquí presente, se revela píjamente, con la caramelidad de una Barbie Ferrero Rocher vestida de comunión con un traje de algodón dulce, como uno de los más pánfilos y almibarados productos cinematográficos de la temporada primavera 2004.
Las combustibles, fotogénicas, obstaculizadas, vedadas andanzas magistrales de esta profesora de arte contemporáneo que, con excesivas (“Ella quería cambiar las cosas”) e impostadas pretensiones, se nos es presentada como “una bohemia que se dirige a la universidad más conservadora del país”, lo que suponen, en realidad, es la bobalicona, alicorta plasmación fílmica del enésimo relato (EMPEROR´S CLUB, MENTES PELIGROSAS, etc.) articulado según el ideal culturalista, espabilante e iniciático, que el impecable director australiano Peter Weir urdió magistralmente en torno a la encrucijada de conflictos educacionales que acontecían en la ya clásica y, hoy por hoy, tras muchos intentos imitantes no confesados, inmejorable EL CLUB DE LOS POETAS MUERTOS. Y eso que, a priori, la elección de los servicios del responsable orquestador de LA SONRISA DE MONA LISA no parecía muy desatinada a la hora de dignificar un poco los sonrosaditos, melifluos y banales conflictos vicarioinstructivos descritos en el filme.
Para infortunio de todos los espectadores, sin embargo, no hay, por desgracia, rastro alguno del Mike Newel sólido, denso, y nada condescendiente que descubrimos en la muy desconocida DONNIE BRASCO, sin duda, (aconsejo fervorosamente su revisión) uno de los mejores policíacos de los noventa. Ni siquiera atisbamos el poco menos que suficiente gracejo alardeado en la muy estimada en exceso CUATRO BODAS Y UN FUNERAL. Contra mi errado pronóstico, este calcocopiado tebeíto Nancy de muñecas Famosa que se dirigen marujiteramente al altar, este recortable de mocitas en la edad del pavo tardío, partío y rubio, requetevisto una y mil veces, está despachado con la simpleza ontológica y la asepsia telefílmica del más inoperante y cero coma cero contenido de materias grasas producto televisivo de sobremesa vespertina, fin de semana, con manta, con brasero, y con preludio de siesta postpaella de pollo y conejo.
Bien municionado con un lujoso retablo de joveznas eminentes y platino (Dunst, Styles), bien dentifricado gracias a la tan inerte como boquiabierta presencia de una Roberts cada vez más venida a Julita Colgate (sería digna de Agatha Christie la novelación de los misteriosos y fulgurantes hundimientos profesionales de las sucesivas princesas del firmamento estelar hollywoodiense, tras pescar estatuilla en la gran party del tío Oscar… ¿Porqué, luego de conseguirlos, escogen tan mal sus trabajos? ¿Me quiere contar alguien que ha sido de la Palthrow después de subir al escenario a recoger la estatuilla del dorado caballero?), lo que viene a resultar este batiburrillo de adultitas casamenteras, de virgencitas mostrencas, decimonónicas y carcarizadas, covencidas, entre otras muchas cosas, de que ser un especialista en pintura artística es precisar con extrema exactitud el peso de las reses rupestres de Altamira, o cuál era el número de tallaje cinturero que disfrutaban, libres de toda liposucción, las gracias danzantes y pistoleras que glorificó Rubens, es una desidiosa muestra de cine sin fuste, apolillado, acartonado, repetitivo y más viejo que la abuela madre del señor juguetero que obró la máquina de tricotar de la señorita Pepis.
No puede proteger peor embalaje a un discurso (demasiado) palmariamente reivindicativo y desinhibidor que el precinto rancio y augurador de un fluir dramático tan repipi, esquemático, sintético y soplagaitas (o soplafaldas). El simplismo, la monocorde mansedumbre blandida, cercenan las teóricas posibilidades de una historia que pretende hacer apología del vuelo libre, de la independencia personal, y la rebelión ante el rol socialmente acordado, decidido e impuesto. Mike Newel, para entendernos, ofrece a estas niñas un cursillo de natación, y para las prácticas, para la primera toma de contacto con el agua, las arropa vigilándoles el ombligo con un flotador de cemento.
El desahogado guión apesta a moralina de sal oronda. Las expectaciones vaticinadas por la voz en off narradora de la historia, creadas para la magnificación evocatoria de la figura femenina central, se vuelven contra ésta, pues su garbeo por el film es tan sumiso y poco entusiasta que la lapida ante los ojos del espectador, que jamás la ve remontar la palabrería inútil hacia ella dirigida. Al lado de esta Srta. Rottermeyer buena y fluorizada, mi amada María Garralón, la inolvidable Julia de VERANO AZUL, es Cristina Almeida; y Heidi, Fidel Castro . Todos los personajes, todos los conflictos se alimentan en la misma tienda de ultramarinos, la de el trivialismo más indeseable. El apresuramiento y la gratuidad de la narración hacen que ésta avance a golpe de acontecimientos atropellados (la llegada del novio lejano, la historia de amor con el profesor de italiano, el inaudito descubrimiento de la infidelidad en un teatro neoyorkino) que desembocan en escenas tan impresentables como la de la fiesta del baile, la de la bicicleteril despedida final, o la del lloro confesor y buscahombros de la execrable cornudita. Únicamente destaca con acierto la resignada, obediente soledad ante el televisor del personaje que interpreta con eficacia la siempre precisa Marcia Hay Garden.
No mentarás el nombre de Leonardo en vano. Ésta es la frase que debería estar grabada en el mango del látigo con el que habría que fustigar los mofletes del iluminado que ha concebido tamaño despropósito. La dama que posa imperturbable en un cuadro colgado dentro de una de las estancias de la, por antonomasia, pinacoteca parisina con pirámide de cristal a la entrada no merecía, desde luego, semejante colación. En su lugar, propongo que, para su presumible lanzamiento en vídeo o dvd, el lacerado productor yanqui eche mano de los iconos más risueños o bucoestimulantes de la imagenería estadounidense, y cambie el título a este fotonovelón MUJERCITAS sin Liz Taylor, cuando aún no se llamaba Liz y ya había conocido a Lassie. Aquí tiene mis propuestas: ¡QUE BIEN SONRIEN LOS TROZOS INNATOS QUE LE HAN PUESTO A CHER EN SU BOCA! O también EL MOHÍN DEMÓCRATA, CIRCULAR Y MAMATIVO DE MÓNICA LEWINSKI.
(*)Recomendado para todos aquellos adictos a las terapias educativas impartidas por la Obregón en la casa de los siete todas las semanas
Celso Hoyo Arce